martes, 25 de octubre de 2011

Pero a ella le encantaba.

Cada vez que miraba sus ojos, se quedaba sin aliento y sentía que era lo único que había en el mundo, esos ojos tan negros como la noche, tan brillantes que deprimirían a las estrellas, unos ojos que, a su manera, sonreían. Ella ignoraba si era la única que lo veía, pero a ella le encantaba.

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